Acabo de llegar a mi casa después de intentar ver El Jardín de los Cerezos de Chejov, interpretada por la compañía The Bridge Project. Digo intentar, porque las entradas están vendidas para sus dos obras todos los días. ¡Todo un chasco oiga! Mañana volveré a intentarlo en la reventa, si es que se le puede llamar reventa, porque el panorama en la puerta del teatro era el siguiente:
Llego allí cosa de treinta minutos antes de que empiece (imprudente por mi parte lo sé, pero ha sido un poco de locura, ya que pensaba ir a verla mañana o el martes) y me encuentro el siguiente percal: Un montón de personas apiñadas en la acera delante del teatro en medio de una confusión bárbara y un calor abrasador, pregunto a unos señores si una cola que había era para sacar entradas y me dicen que hay un cartelito en el que pone que están vendidas todas las entradas para todos los días de función. Se me queda una cara de oligofrénico crónico y entonces decido ir a preguntar al señor de la taquilla a ver si se puede llegar a alguna clase de acuerdo extraoficial (no pensemos mal, me refiero a comprar entradas de última hora).
Tras esperar un rato de cola para hablar con el caballero de la taquilla, llega por fin mi turno, el hombre estaba hablando por teléfono mientras me hacia gestos indicándome: “deje aquí su reserva por Internet”, pero como yo no tenía reserva de ningún tipo me hice el sueco hasta que el tipo colgase el teléfono. Cuando el taquillero dejó el teléfono apartado, le pregunto por el encuentro con el público (por cubrirlo en plan pro más que nada) y me responde que es después de la función y que no se va a levantar a la gente de la sala, entonces le pregunto que si tiene entradas y el hombre me responde que no quedan, a lo que procedo a insinuarle de forma sutil que si no hay manera de comprar una entrada de un modo “menos oficial”, ya saben; alguien que no llega a tiempo, la típica entrada que queda sin vender por si acaso llega un conocido, alguna cancelación de última hora, etc. A lo que el hombre me responde que no y que buenas tardes.
En ese momento, en lugar de desanimarme, decido sacar el Lazarillo de Tormes, el Buscón, el Guzmán de Alfarache o el Rinconete y Cortadillo que todos los nacidos en este país llevamos dentro en mayor o menor medida como una parte innata en nuestra idiosincrasia personal, miro a mí alrededor, y pienso en un lugar que lleve allí toda la vida y que conozca mejor que nadie los tejemanejes de las entradas para el teatro, y ¿Qué lugar hay mejor que un estanco que se encuentra a 20 metros del teatro? Pues el bar del propio teatro, pero eso implica hacer una consumición a un precio poco popular, dar una generosa propina al camarero y una buena dosis de suerte para que el camarero conozca un vendedor en ese mismo momento (porque puede que el camarero simplemente se limite a servir consumiciones y sea ajeno a cualquier forma de estraperlo) lo que hace de esta idea una jugada demasiado arriesgada.
Completamente decidido por la opción del estanco, llego allí con una sonrisa en la boca, pido un paquete de Lucky Strike, y mientras la señora me da el cambio, pregunto por las entradas en reventa, la señora dice no saber nada, pero me insta a probar suerte en la plaza del Carmen, donde me cuenta que hay un puestecillo en el que venden entradas de última hora. Miro el reloj del móvil y es demasiado tarde para ir hasta allí desde el Teatro Español. Por lo que opto por probar suerte en la puerta al más puro estilo de la posguerra española.
Preguntar al “tun tun” es una opción, pero no suele ser la opción más inteligente, es mejor invertir uno o dos minutos mientras te enciendes un cigarro y le das las primeras caladas en observar el panorama y a la gente que espera en la puerta del teatro, y porque no, a ver si ves alguna cara conocida que pueda echarte una mano. A partir de ahí, todo funciona mediante un sencillo proceso de descarte. Como no conocemos a nadie, comenzaremos desechando a las parejitas por algo obvio, son dos personas que tienen dos entradas, no estarán interesadas en deshacerse de ellas y sería muy raro que uno de los dos tuviese entrada y el otro no, por una simple cuestión de posicionamiento en la sala. Después desechamos a los que ya están haciendo cola en un grupito cerrado, todos tienen entradas y van para dentro, no esperan a nadie ni les sobra nada. También procedemos a eliminar de nuestra lista a los extranjeros, no hablan el idioma, y son extranjeros, no imbéciles, por lo que no van a comprar menos entradas de las que necesitan o no las van a comprar por el mero placer de devolverlas y revenderlas (eso es algo demasiado patrio para que nuestros colegas europeos intenten emularnos).
Después de nuestro rápido proceso mental de descarte, ahora procedemos a establecer una serie de objetivos prioritarios en función de nuestro perfil y el perfil de las posibles ‘victimas’, el colectivo más propenso a ser receptivo a nuestras peticiones, lo componen conjuntos formados entre una y tres mujeres, con edades comprendidas entre los veinte y los treinta y tres años, que se encuentren apartadas de la fila pero sin estar agolpadas en las taquillas o puertas.
Este es el momento de comenzar a abordar personas con un clásico pero eficaz, “¿Tenéis fuego?” para comenzar las conversaciones, a partir de ahí pues preguntas por las entradas, conversaciones breves pero no demasiado directas, si no tienen entrada, no sirven y vamos a probar con el siguiente objetivo. A medida que pasa el tiempo, vamos a por objetivos que según nuestra planificación mental consideramos menos propensos a satisfacer nuestra necesidad cultural de conseguir una entrada para el teatro. O descubres que ya has llegado tarde y que uno de tus objetivos potenciales acaba de deshacerse hace escasos minutos de la entrada que les sobraba.
Mientras uno se encuentra inmerso en este proceso, no para de mirar a su alrededor y no pierde detalle, en ese momento, te das cuenta de que te encuentras buceando en medio de un mar de estereotipos: La señora arregladísima con su abrigo de pieles (a pesar del calor sofocante) que parece el muestrario de una joyería, previsores parejas de cuarenta o cincuenta años bastante maqueados que hacen cola sosteniendo con fuerza sus entradas en las manos, mujeres jóvenes de aspecto alternativo, chavales con cara de pocos amigos que probablemente hayan acudido empujados por su profesor a cambio de algún puntillo en las notas, sonrientes parejas homosexuales de unos treinta años, mujeres que rozan la treintena acompañadas por un hombre que parece ser su novio y que no se muestra demasiado emocionado ante la expectativa de tener que ir al teatro, probablemente la obra le importe dos pimientos y simplemente pretende tener contenta o impresionar a su acompañante. También escuchas muchas voces de listillos de treintaitantos haciendo comentarios ingeniosos/culturales que han leído en el semanal de un periódico progresista, con la intención de impresionar a su acompañante femenina unos cuantos años más joven que él la cual mostrarse obnubilada por el profundo bagaje cultural de su amigo, o mucho más probablemente de su ligue o potencial ligue.
A medida que pasa el tiempo, la entrada al teatro va despejándose, porque aquellos suertudos que tienen entrada ya han ido pasando, y solo quedan personas en tu misma situación, ya has preguntado a todo el mundo que podría tener una entrada de la que quisiera deshacerse y no has tenido ningún éxito, también observas que mucha gente en tu situación ya se ha marchado desanimada, ahora es cuando comienza la hora del cazador.
¿La hora del cazador? ¡Pero qué dices!, ni cazador ni leches, lo único que queda es una puerta abierta en el teatro y: un par de amigas (una muy guapa por cierto), tres tipos de aspecto alternativo alguno de ellos con mediochandal que se han pegado a las dos amigas siguiendo un razonamiento muy lógico motivado por presuntos instintos primarios inherentes a todo hombre (ya que he salido de casa, pues por lo menos no vuelvo con las manos vacías), una señora mayor de aspecto sobrio que lleva más de media hora apoyada a la pared de al lado de las taquillas sujetando como quien no quiere la cosa y de un modo muy sutil un cartel que reza: “Compro 1 entrada”, una chica de unos veintipocos muy atractiva pero sola (de momento) y servidor.
Es en este momento de la narración, cuando llega un tipo que roza los cuarenta años con algo de prisas (cosa lógica dado que la función empezará dentro de poco) que se para en la puerta, se da la vuelta y le dice a la chica atractiva y sola algo así como: “me sobra una entrada, ¿quieres pasar conmigo?” mientras esboza una sonrisa de victoria. La mujer accede y ambos pasan al interior del teatro mientras que los demás presentes nos quedábamos con una cara que parecía un cuadro. Esto bien puede ser un acto aislado (aunque no ha dado la sensación de ser muy espontáneo), pero cuando minutos antes has visto y oído a un tipo comentarle a un amigo suyo la siguiente conversación, pues empiezas a sospechar algo extraño:
-Tú tenías reservadas entradas de más ¿no?
-Sí, ya se lo acabo de decir a esas chicas que están ahí para que pasen con nosotros. (Mientras sonríe triunfal)
Pasado un rato, y tras preguntar al portero sobre si había alguna forma “extraoficial” de acceder al teatro (no pensemos mal, no pretendía sobornar al portero ni colarme ni nada parecido, solo quería comprar entradas de sobra) y después de que este me dijera que como no me colase no había manera de ver la función, decidí que era hora de volver caminando a casa haciendo escala en la Filmoteca nacional a ver si ponían alguna película decente este mes. Mientras andaba, reflexionaba sobre lo ocurrido, pueden pasar los años, podemos ser muy europeos, mucho siglo XXI, mucha era de la comunicación, pero en el fondo, mientras bajaba por la calle Santa Isabel, tenía la sensación de que seguíamos siendo los mismos españoles de los que hablaba Larra en sus artículos, eso sí, muy modernizados todos y muy en el siglo XXI, pero al fin y al cabo, somos las mismas serpientes con unas cuantas mudas de piel más.
Aunque de esto puede extraerse algo positivo, parece ser que en este país tenemos inquietudes culturales.
domingo, 19 de abril de 2009
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4 comentarios:
"(...)decidí que era hora de volver caminando a casa haciendo escala en la Filmoteca nacional a ver si ponían alguna película decente este mes."
Y luego el gafapasta soy yo, manda cojones.
Tenías que haberlo mirado con más tiempo, siejque...
Qué grande el notas que lleva una entrada de más y se la ofrece a la señorita, yo de mayor también quiero ser un crápula e invitar a niñas monas al teatro.
Así que lo de quedarse en la puerta para buscar un alma candida que te venda una entrada..na de na. Tras rastrear el sórdido mundo de la reventa por internet, me lo andaba planteando estos días, pero la incapacidad de saber cómo se hace es mucha. Me he fatigao leyendo tu post, y me ha alegrado a la vez. Porque vamos, no creo que consiga nada (Por cierto, el de la entrada no tiene nada personal contigo. Es así de seco por natura, a mí me pasó lo mismo)
Visto lo visto, hay que ponerse estupenda, y en plan maniquí en la puerta del Español "oh necesito hombre salvador que me lleve al teatro, estoy buenorra, aproveche"...Pues, joder..va a ser que no.
Pero bueno. Peor es lo mio que la tuve en mi mano y por esperar respuestas, o por dudar de ir sola, me quedé compuesta y sin novio.
Siempre nos quedará londres...cuando se me pase el periodo de obsesión-compulsión que llevo encima.
Un saludo.
Menuda estampa. Para que ir al teatro, yo hubiera pagado por verte encendiendote el cigarro oteando el horizonte en busca de una presa.
Todo hay que decirlo, quizá si hubieras conseguido entrar no habrías podido hacer este curioso retrato de la sociedad española.
Completamente de acuerdo con Guybrush. Muy grande el señor de la entrada de más, aunque no estoy seguro de que quiera ser como él
Genial xD
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